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La mejor excusa para comer helado de chocolate todos los días…

Las rupturas. Sí, ese momento de tu vida en el que te sientes la persona más desgraciada del mundo. Aquel en el que piensas que no podría pasarte nada peor. Por qué Dios tuvo que señalarte a ti para que pasaras por esa experiencia tan traumática.

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Cuando pensamos en una ruptura a veces nos imaginamos a un chica con moño, con un pijama rosa de un conejito, comiendo helado frente al televisor mientras come una caja de helado gigante y llora viendo “El Guardaespaldas”, y más o menos es así. Pero claro, también depende de la chica y del chico.

Las rupturas pueden llevarse de muchas maneras.

Cada persona lo lleva como puede, claro está. Para empezar están aquellas que lloran. Si, lloran y ya está. Ven una pareja besándose y lloran, escuchan una canción de amor y lloran. Y todo, ABSOLUTAMENTE todo, les recuerda a su expareja. Cuando estás hablando con ellas tienes que pensar muy bien lo que dices. Intentas desviar la conversación hacia todo lo que no pueda relacionarse con el amor. Le cuentas que ayer fuiste a la universidad. Y te cuenta que su ex siempre iba a buscarla a la universidad y ahora va sola a casa.

Así que cambias de tema completamente, y le cuentas que ayer comiste lentejas. Y te salta que a su ex le encantaban las lentejas. Le hablas de puertas, de palomas muertas en la carretera, de comida putrefacta en el frigorífico, y no sabes cómo pero siempre consigue relacionarlo con él. Así que te callas, le pones el hombro, y dejas que llore.

Están esas personas que se vuelven muy duras. Y, ante una conversación sobre temas amorosos, son capaces de soltarte un tortazo y decirte que el amor no existe. Porque son realmente duras. No puedes contarle nada de lo que hagas con tu pareja, porque se reirá de ti, te señalará como el mono de Padre de Familia, y te dirá que va a vomitarte arco iris en la cara. Y, por si acaso, tú te callas.

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Otra posible reacción es la de darse a las fiestas y el alcohol.

Está ese dicho tan feo de olvidar con la bebida, y cuando se ha bebido tres cubatas te mira sonriente y te dice “llevo tres”. Y entonces es cuando aparece ese icono del Whatsapp del muñequito con las gafas de sol. Sale todos los días que puede, se apuntaría a un bombardeo. Se levanta al día siguiente y no se acuerda de cómo ha llegado a casa, y le da igual. Porque ahora está soltera y no tiene que dar explicaciones a nadie. Y en ese momento te preguntas con qué clase de prsoba ha estado saliendo.

También está la cansina, la que no se rinde. La que se ha tomado demasiado en serio eso de que la esperanza es lo último que se pierde. Y se arrastra, se arrastra y se arrastra, y podrían concederle la categoría de reptil. Tú le explicas que está haciendo el ridículo, que su ex se está riendo de ella. Lo peor de todo es que te da la razón pero, ¿adivina qué hace de nuevo? Se arrastra. Y le partirías los dientes, le darías un sillazo en la cara, pero nada de eso serviría, porque hasta que no lo entienda ella, no va a parar.

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Y luego, como pack a este tipo de trastornos del comportamiento se pueden sumar dos cosas. O se vuelve totalmente una monja o un rompe-corazones. Y en ambos casos la observas de lejos, desde la barra de la discoteca, y la ves por ahí haciendo cosas raras pero sólo mueves la cabeza de un lado a otro y susurras “pobre”.

Pero después de la tormenta siempre llega la calma.

Te olvidas de él o de ella, y te das cuenta de que estás mucho mejor así, que sólo perdiste el tiempo, que su pareja de ahora es un seto mañanero, y blablabla. La vida vuelve a sonreírte. Te das cuenta de lo ridícula que has sido, decides borrarlo de tu mente para siempre, y sólo recurrir a este recuerdo para dar consejos a los demás. Porque otra cosa no, pero consejos tienes para aburrir. “Hazme caso a mí que yo he pasado por esto”.

Y así durante toda tu vida, en fases cíclicas hasta que finalmente te cansas de buscar al Príncipe Azul con el que te ha engañado Disney y te quedas con alguien normal que merece la pena. FIN.

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